El primer ser humano revienta contra el asfalto a las diez y cuarenta y dos minutos de la noche del domingo dos de junio. Un hombre que camina al otro lado de la plaza levanta instintivamente la vista. Le da tiempo a ver a varias personas—no sabría decir cuántas, le cuenta luego a la policía—en los alféizares de las ventanas de un rascacielos. Y de repente, antes incluso de que pueda asombrarse por lo que está pasando, todas ellas saltan a la vez. No hay huésped o empleado que recuerde haberlas visto en el hotel, ni objeto personal en las habitaciones desde las que han saltado.
Saltan a la vez y estallan contra el suelo casi al mismo tiempo.
Y, de nuevo, ese ruido indescriptible. Aunque mucho más intenso.
Esa cálida noche de verano en Madrid diez personas se arrojan al vacío desde diez habitaciones de la planta séptima del hotel que preside la Plaza de España. Ninguna de ellas se había registrado en recepción. No llevan nada que les identifique.