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Sinopsis:
Casi siempre comienza en los hogares. Ya se registran miles de casos en Vancouver, Hong Kong, Tel Aviv, Barcelona, Oaxaca... y se está propagando rápidamente a todos los rincones del mundo. No son mascotas, ni fantasmas, ni robots. Son ciudadanos reales, y el problema -se dice en las noticias y se comparte en las redes- es que una persona que vive en Berlín no debería poder pasearse libremente por el living de alguien que vive en Sídney, ni una persona que vive en Bangkok desayunar junto a tus hijos en tu departamento de Buenos Aires. En especial cuando esas personas que dejamos entrar a casa son completamente anónimas.
Los personajes de esta novela encarnan el costado más real —y a la vez imprevisible— de la compleja relación que tenemos con la tecnología, renovando la noción del voyerismo y exponiendo al lector a los límites del prejuicio, el cuidado de los otros, la intimidad, el deseo y las buenas intenciones.
Este libro me atrapó desde el capítulo uno, porque empieza de una forma muy directa e intrigante. Suscita muchas preguntas pero te da la suficiente información como para que más o menos sepas por dónde va la cosa y quieras seguir averiguando más.
"Un «amo» no quiere saber lo que opinan sus mascotas."
Lo que más me ha gustado ha sido que cada capítulo hable de diferentes personas, tanto amos como kentukis. A algunos los volvemos a encontrar y nos informan de sus progresos mientras que a otros solo los conocemos en un momento dado y no sabemos mucho más, o bien se nos muestran conexiones muy cortas. Esto me parece que le da realismo a la narrativa, porque lo normal es que cada persona y cada situación sean totalmente distintas. Por eso me gusta que mientras la historia de uno dura una página, la de otro dure cuatro capítulos.
También me gusta el hecho de no saber si en algún momento algún kentuki va a estar conectado con algún amo de los que conocemos. Así estás pendiente e intentando atar cabos todo el tiempo.
Metiéndome en el meollo de la cuestión:
Es muy interesante como se trata el tema de la privacidad mediante el uso de los kentukis. Pero no solo eso: también tenemos una crítica a la especulación (cuando surge un nuevo uso de la tecnología que aún no está regulado por las leyes), a la responsabilidad que se pude atribuir a un kentuki o un amo (cuando se comentan diversas situaciones en las noticias o directamente cuando se ve como un kentuki encuentra a una persona secuestrada) y muchos otros dilemas menores que se van sucediendo.
"Mejor negocio que pagar setenta dólares por una tarjeta de conexión que se encendería al azar en cualquier rincón del mundo, era pagar ocho veces más ara elegir en qué lugar estar."
Y el libro no solo se centra en los típicos dilemas que seguramente se nos vengan a todos a la cabeza: pedófilos siendo kentukis de niños, gente que vende la información de otra gente o que los chantajea con sus imágenes, posibilidad de descubrir cosas ilegales que haga un amo... Sino que nos muestra también otras facetas como, por ejemplo, la soledad de las personas mayores y cómo se enfrentan a esta mediante un kentuki. La historia de la señora que echa de menos a su hijo me gusta mucho, sobre todo en el punto en el que ella descubre que su hijo también es un kentuki y su ama es una mujer mayor (como ella), y a su hijo le parece muy interesante la señora. Ella se siente dolida, claro, porque el tiempo que su hijo pasa con esa otra mujer desconocida podría estarlo pasando con ella, y es normal. Tenemos alguna otra historia por ahí en la que familiares que no se hablan se relacionan sin que uno de los dos sepa que el otro es su kentuki.
"¿Vieja pero viva? Entonces qué era lo que ella no era para su hijo, ¿vieja o viva?"
Creo que da que pensar la forma en que puede llegar a afectar a una persona la relación con un kentuki, o el hecho de ser kentuki. Tenemos ahí al pobre niño que no tiene forma de sentirse realizado en su vida más que cuando se hace con el control de un kentuki y empieza a descubrir el mundo que está fuera de su alcance. Lo explica muy claramente él: siendo kentuki puede ver sitios que de otro modo no podría conocer, y no necesita comer, ni dormir, no está en peligro. A priori, parece un buen trato pero, si ahondamos, vemos que realmente ese "no necesito comer ni dormir" puede interferir en la vida real en la que el niño sí tiene que descansar, comer y hacer otras cosas que deja de lado, como socializar, estudiar o estar con su padre. Además, es curioso como se plantea que desde su casa no está en peligro y puede viajar tranquilamente pero cuando le ocurre algo a su kentuki (alguien se lo lleva, se traba en la nieve, se queda sin batería) él lo siente como una desgracia personal. Así que es claro que físicamente no está en peligro (salvo que somatice las vivencias, claro) pero emocionalmente sí que se ve afectado. Desde la óptica de las relaciones kentuki-amo se ve más claramente esta influencia que cuando hoy en día nos metemos en internet, en redes sociales o en foros. En estos casos nos parece que estamos más alejados del peligro pero realmente no es así.
Creo que es un libro al que se le puede sacar mucho jugo y que podría contener capítulos infinitos sobre muchísimas situaciones que se podrían dar en este contexto de kentukis-amos. Una lectura muy recomendada.

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